Una propuesta para un cambio deseado
(perdida en el tiempo, con mucho dolor)
OPINIÓN
OMAR MUÑOZ R.
munozromar@gmail.com
@munozromar
OMAR MUÑOZ R.
munozromar@gmail.com
@munozromar
La
situación conocida que se vive en los centros penitenciarios del país
refleja la misma realidad social del mismo: un hombre y una sociedad en
general sumida en el abandono y el maltrato familiar, construida desde
relaciones con marcadas carencias en lo afectivo y con efectos
inmediatos en los procesos de arraigo, identidad, socialización y
relacionamiento. Reiteramos, lo que pasa en las cárceles no es distinto a
lo que está subsumido en la realidad venezolana y que nos negamos a ver
en su totalidad.
La
marginalidad no es en sí misma una condición socioeconómica, es, ante
todo, una condición cultural que refleja la manifestación de una
conjunción de problemas que durante muchos años se han acumulado y
afectan a gruesos sectores de nuestra población. Llamar genéricamente a
los sectores mayoritariamente más vulnerables y sometidos a mecanismos
de control social, a la asistencia pública o al abandono total
:“privados de libertad”, “damnificados”, “refugiados”, “indigentes” o de
cualquier otro modo, escondería el verdadero y profundo drama humano
que se encuentra tras de cada uno de ellos, tras de cada familia, drama
que va mas allá de la pérdida de la libertad o de los, quizás muy pocos,
bienes materiales, es, esencialmente, la pérdida y cambio forzoso del
espacio vital de arraigo, de la entrada al mundo de una incertidumbre
vital mucho mayor que la que le acarreaba su ubicación socioeconómica
real.
Las
consecuencias emocionales de estas situaciones límite suelen ser
nefastas: pérdida de arraigo, ruptura traumática de los, no pocas veces
débiles, nexos familiares, profundización de la desesperanza
aprehendida, y aprendida sensación y convicción de impotencia, la
profundización de las retrógradas creencias de la imposibilidad de
controlar individual o colectivamente el futuro, ira contenida y difusa,
la instalación de cuadros depresivos profundos, son entre otras,
algunas de las manifestaciones vitales que se presentan en estas
situaciones, las cuales, no sólo afectan el presente, sino que se
manifiestan en el futuro como severas enfermedades orgánicas y
psíquicas. Sin dejar de mencionar, por supuesto, la gravedad de la
violencia encarnada en sus vivencias mismas, desatada en su acción,
practicada en su cotidianidad, desde una manera de ser su “sí mismo”
enajenado y alienado.
Entender
esta violencia sin considerar la desestructuración que sufre la familia
es un ejercicio vacío e inocuo en cuanto a las resoluciones que se
implementen, dado lo fuertemente marcadas en que se encuentra por el
maltrato y el abandono por parte de quienes deberían facilitar los
procesos de socialización y que en su ejercicio de la autoridad y la
fuerza como mecanismos de interrelación no hace sino aumentar la
desvalorización permanente del niño, joven, adolescente y de la mujer,
en particular, a lo que se le suma la ignorancia crasa sobre estos
procesos promovida por perversos comportamientos de los llamados
mass-media que pretenden llenar estos vacíos.
Lo
señalado se torna más dramático, si nos detenemos por un momento a
pensar que muchas de esas manifestaciones emocionales, que son altamente
inmovilizadoras de las personas, pueden arraigarse profundamente y de
manera permanente en la población de niños y jóvenes, si la familia no
cuenta con los recursos emocionales y vitales que le permitan superar
esta situación.
Existen
varios diagnósticos precisos y detallados sobre esta situación .Acá
solo quiero poner en la agenda pública la posibilidad de que autoridades
y responsables de formular políticas públicas, en esta área, puedan
evaluar directamente los aportes que el Dr. Manuel Barroso tiene para
poder intervenir en esta población (Autoestima: ecología o catástrofe,
Autoestima del venezolano: democracia o marginalidad, La experiencia de
ser familia, Crisis: La cultura del subdesarrollo, entre otros títulos).
Sé
de las fortalezas del modelo que el Dr. Barroso maneja y las
posibilidades de cambio que ello representa. El Dr. Barroso en alguna
oportunidad participó en mesas de trabajo sobre el problema de la
violencia en Venezuela al inicio del primer período del presidente
Chávez, es un destacado profesional de la psicología y consultor en
desarrollo humano, que tiene experiencia tanto en el área organizacional
como social, aportando a la resolución de complejos problemas en cuanto
a la valoración de la condición humana en la búsqueda del bienestar
personal y social.
Más
allá del enfoque jurídico que atiende el llamado retardo judicial o el
policial que va a la necesidad impostergable de tomar acciones contra la
impunidad o la necesaria también prevención al delito a través de mayor
vigilancia y control o del mejoramiento de las condiciones materiales
de reclusión agravadas por los niveles de hacinamiento en que se
encuentran los detenidos, todas acciones necesarias, no van a la esencia
del problema de la violencia y por consiguiente de la inseguridad;
queremos enfatizar que el enfoque de una solución orientada desde el
cambio cultural, que considere al individuo en su integralidad
psico-socio-afectiva y rescate desde el mismo ser su capacidad de
hacerse responsable de su bienestar, de su respeto y valoración de sí
mismo, del otro y de su entorno es lo que podría promover respuestas
definitivas a largo plazo, de allí que reitero esta propuesta de acercar
a los hacedores de políticas públicas a los planteamientos de
intervención que pueda implementar este eminente venezolano con la
esperanza de contribuir al desarrollo humano deseado por todos.
ILUSTRACIÓN: ETTEN CARVALLO/CIUDAD CCS
23/05/12.-
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