jueves, 12 de septiembre de 2013

PROCESOS: más allá de los contenidos están los procesos.

 

 PROCESOS: más allá de los contenidos están los procesos.

Por Manuel Barroso

 

Fotografía: Bárbara Muñoz



Proceso es lo que está sucediendo en el aquí y ahora, un continuo devenir, algo que ni se toca, ni se ve, pero se siente. La verdad de las cosas está en los procesos. La vida y todo lo que sucede alrededor de la vida es proceso. La energía es proceso y todo cuanto se relacione con la energía es proceso. Detrás de los eventos, están agazapaos los procesos. Y debajo de la superficie de cada problema que conforman nuestras vidas y de los comportamientos y actitudes que hemos aprendido, lo que hay son procesos.

Antes de 1905, cuando en el mundo existían los modelos mecanicistas para explicar el por qué de las cosas. Y Descartes y Newton los grandes científicos solo llegaron a la conclusión de que el mundo era un reloj y Dios su relojero. Y todos admitíamos ese determinismo, Einstein fue quien observo y definió los procesos y los encerró en una fórmula que apenas todavía en el 2010, comienza a darnos otra lectura de todo lo que nos sucede. Las crisis que vivimos son procesos no atendidos. Lo que vemos son los volúmenes, los tamaños, las formas, lo que podemos ver y tocar, medir, estructuras rígidas, que nos dicen poco de lo que somos, los procesos son intangibles y solo vemos algunas de sus manifestaciones porque a veces no nos hemos capacitado para leerlas y entender el significado de lo que somos y de los que nos rodean.

Un terremoto, una guerra, una convulsión, una crisis financiera, social tienen un sentido diferente, al de una enfermedad mortal o un accidente, dependiendo si lo vemos como contenido o si lo vemos como proceso. El proceso hace referencia a una energía que se mueve, y que se expresa de distinta manera en los buenos y malos momentos y terminan a trasvés de síntomas y cambios, rápidos o lentos, pero que no esperaran a que los humanos decidamos. Y cuando despertamos ya estamos en otra etapa de la evolución y del crecimiento y no hay vuelta atrás, porque los procesos siempre van hacia su punto máximo. Para conocer los procesos lo primero es estar en contacto y observar lo obvio y comenzar ese proceso de tomar conciencia que es meterse y dejarse ir, dándose cuenta de qué está sucediendo. Esa capacidad de observar y estar en contacto les permitió a muchos científicos descubrir las leyes del universo y sus pautas, por ejemplo Lavoissier, Pasteur, Bertalanffy. Tomemos otro ejemplo: la semilla, que contiene dentro de sí las flores y el árbol y tienen su propio ritmo y sus tiempos para cada cosa, un árbol, una enfermedad, no son cosas que se hacen por decreto, ni al instante, requiere que la semilla sea plantada en un lugar con las condiciones adecuadas para que todos los procesos se disparen y se alineen con el resultado final. Y después vendrán los cambios de forma, de tamaño, de volumen, que se irán dando según pautas impuestas por la ecología –donde todo es proceso- y asíla semilla germinará y un día será árbol y dará sombra y se enfrentará a tormentas y huracanes y se expresará de mil maneras y nos dará frutos del cual ella salió, cumpliendo así ciclos de vida.

Y con los procesos humanos desde el contacto inicial de un huevo con un espermatozoide, hasta la muerte que es el último de los grandes procesos que jamás entenderemos si queremos reducirlo todo a la contabilidad humana de “ojo por ojo y diente por diente”, a no ser que neguemos lo que afirmamos.

Nuestra efectividad personal depende de nuestra capacidad para ser conscientes de estos procesos que se movilizan debajo de la superficie, y que son la única verdadera explicación de nuestras conductas y nuestras incongruencias o aciertos. Quizás no satisfagan a nuestra racionalidad que está buscando la fija de causa y efecto. El universo no se hizo bajo esa premisa, sino bajo la óptica que todo en este mundo camina hacia su objetivo final. Es como iceberg que tiene una parte sumergida debajo del agua, que se mantiene oculta, y es una masa enorme y voluminosa mayor que la parte que sobresale del agua. En todo caso la masa oculta son miles de procesos que determinan el movimiento, el peso y las implicaciones de un impacto. Esta metáfora se puede aplicar al ser humano. Debajo de la superficie observable de conductas y actitudes, están los procesos internos: mapas y valores que mueven y determinan al hombre hacia su propia realización o destrucción.

Más allá de lo obvio, están las verbalizaciones, y las explicaciones racionales, y las suposiciones, las justificaciones, fachadas y pantallas, todas esas realidades que nos alejan de la verdad desnuda de los procesos, la verdad de lo que está sucediendo en el instante, de la piel hacia adentro: de necesidades y emociones, de sensaciones y vivencias de la energía, que vienen todas juntas y tienen su propio significado. Es curioso que esta verdad, los expertos, los profesionales de ayuda, los que andan a la cacería del síntoma patológico, o de los problemas humanos no la vean, quedando muchos atrapados por la magnitud de los problemas. En este agitado y complejo mundo, que entre todos hemos logrado, somos conscientes que la fuerza de los procesos del hombre nos llevan por caminos intrincados, teniendo que atravesar el tupido bosque de racionalizaciones, estereotipos, mapas introyectados, coartadas, que actúan como mecanismos de evitación del contacto nutritivo con nosotros mismos. En ocasiones la energía del proceso, generada por necesidades que buscan ser satisfechas, choca contra las resistencias armadas por el organismo para evitar el contacto consigo mismo, con el entorno, negando nuestra verdadera fuente de recursos y oportunidades, que está dentro de uno mismo.

Cuando los procesos no fluyen, la energía se estanca y la persona acusa el impacto, y comienza la lucha de las polaridades, entre lo que se reprime y lo que se expresa, lo que se siente, y se resiente apareciendo las alarmas: las frustración, angustia, ansiedad, depresión, tensión muscular, pérdida de flexibilidad corporal, pérdida de memoria, todo lo cual indica que el contacto con el entorno se ha roto, que la persona se ha estancado, y que la conciencia ya no actúa como el motivador, para tomar decisiones de vida. La salud de los procesos determina la salud del organismo, ya que los procesos actúan como mecanismos organizadores de los recursos existentes: energía, presencia, capacidades, talentos, potencialidades. Cuando no hay contacto, no hay sanidad, y solo queda un enorme derroche y desperdicio de energía.

Las polaridades son desalineaciones, un lenguaje metafórico de los procesos. Es preciso hacerse perito en el arte de leer nuestros propios procesos, para poder trabajar con los polaridades y cómo saber utilizar cada parte nuestra sin caer en la contradicción. Necesitamos ser expertos en el lenguaje de nuestros propios procesos internos para poder mantenernos congruentes con la experiencia, y con las emociones y aprendizajes. Sino entendemos el mundo intimo de los procesos, nos quedaremos atrapados por los contenidos, en la exterioridad y permaneceremos ausentes de lo que está ocurriendo dentro de nosotros mismos por lo que muchos de nuestros comportamientos y actitudes carecerán de congruencia y sentido, y probablemente nos llevarán lejos del contacto. Preocupa que estemos cultivando teorías y modelos para entender lo que sucede dentro de los sistemas y que no logremos entender la sabiduría de los procesos que conllevan los eventos y que nos hablan de las esencias. Existe, pues, la necesidad de entender, lo cual significa metabolizar, los sucesos que nos acontecen cotidianamente, para captar el proceso que subyace debajo de ellos.

Los procesos tienen que ver con la forma cómo nos organizamos para ser competentes en el manejo de nuestras necesidades. En este sentido las necesidades disparan procesos que direccionan la acción. La necesidad denota carencia o exceso –desequilibrio- un requerimiento no satisfecho. Ahora el organismo por naturaleza busca restablecer el equilibrio. Las necesidades son fuerzas que movilizan el organismo hacia el equilibrio. El organismo, con miras a lograr la satisfacción de sus necesidades, dispara procesos fisiológicos y psicológicos que le direccionan y organizan para adquirir competencias_ perceptuales, de aprendizaje, de organización. La necesidad determina la función, el aprendizaje y crecimiento. En la medida que nuestras necesidades sean concientizadas, nuestra potencialidad se libera y el organismo se orientará hacia crecimiento y desarrollo.

Adquirir competencias para leer nuestros propios procesos y los que están debajo de los eventos que observamos en el entorno, representa una poderosa herramienta para el desenvolvimiento sano del organismo y el aprovechamiento de los recursos disponibles en el medio ambiente. “El evento apunta hacia nuevas oportunidades”. El evento no es el problema sino un lenguaje que necesitamos entender para saber qué está sucediendo en el aquí y ahora y poder acertar en la toma de decisiones. Los que no saben leer los procesos, perciben el evento como un problema o una amenaza cuando en realidad es una oportunidad.

Pero si somos receptivos a escuchar la voz de nuestras necesidades, si permanecemos atentos a su mensaje, sin hacer juicios ni valoraciones; si estamos abiertos a vivenciar como se expresan y movilizan nuestros talentos naturales; si permanecemos disponibles para movernos con el lenguaje de nuestro cuerpo con el de leer (escuchar, sentir, vivenciar) a través de nuestro lenguaje corporal (tono de voz, temperatura del cuerpo, flujo energético, pulsaciones, respiración) los procesos que subyacen debajo de la piel; si manifestamos apertura para entender y escuchar otras formas de enfocar la vida (paradigmas, creencias) y a nuestros propios pensamientos, para profundizar en la comprensión y entendimiento de nuestras propias opiniones y creencias y para ampliar los horizontes de nuestra mente; si estamos orientados a escuchar las poderosas fuerzas que movilizan nuestras necesidades y como éstas nos empujan, entonces, seremos capaces de captar en forma conciente, el crecimiento, comunicación-contacto, autoestima, percepción, pensamiento, sentimiento; así mismo, seres capaces de concientizar los mecanismos con los cuales saboteamos el curso natural de nuestros procesos: proyecciones, introyecciones, dicotomías, confluencias, etc.. Seremos también capaces de considerar, percibir y entender al hombre como parte de un capo mayor del que él forma parte: yo-ambiente.

La persona que aprende a leer sus propios procesos – entiende su propia realidad- y establece un contacto más efectivo con la realidad circundante, y desarrolla una visión más adaptada-profunda, contextualizada y dinámica -  del medio ambiente, vale decir, se hace más competente para comprender y concientizar, aprender y vivir.

Los procesos tienen su propio lenguaje y forma de expresarse. Hablan con su propia verdad, independientemente de nuestro esfuerzo por controlarlos, disfrazarlos, adulterarlos, camuflagearlos y disipar su fuerza e intensidad. Tarde o temprano los procesos emergen desde nuestras propias entrañas, redimidos por las propias necesidades insatisfechas que pulsan por expresarse. Cada cosa que sucede tiene sus propias verdades.

Este lenguaje de los procesos puede parecerle extraño e indescifrable a aquel que tiene alienada su realidad interna, habituado al no contacto consigo mismo. Incapacitado para percibir, sentir, discriminar, concientizar, las propias necesidades. En este estado nuestras emociones evidencian el bloqueo de nuestros procesos; nuestro cuerpo acusa el rigor de su negación; nuestros comportamientos dejan constancia de su disfuncionalidad.

Sin respeto por nuestros procesos el camino que nos queda es el del estereotipo, la pantalla, la incongruencia, la evasión, la alineación y la inautenticidad, y el resultado de esta forma de ser y estar en el mundo es el autómata que menciona Erich Fromm, o el del marginal de Manuel Barroso “quién no conoce ni se entiende a sí mismo, y que la única persona que conoce es la que se supone que es él, cuya verborrea sin sentido ha reemplazado el lenguaje comunicativo, cuya sonrisa sintética ha reemplazado la sonrisa auténtica, y cuya sensación de oscura desesperación ha ocupado el lugar del dolor auténtico…”. Ese es el precio de no reconocer nuestros procesos internos y evitar el contacto con ellos: ser un extranjero en nuestro propio cuerpo, un extraño en nuestro propio mundo interior, una persona que ha extraviado su identidad.

Por el contrario, podemos optar por hacer contacto con nuestros procesos y fluir con ellos llegando a la verdad propia, de nuestra realidad interna, permitiéndonos vivenciar nuestras emociones y reconocer nuestras necesidades, fortaleciendo así la vida interior. En otras palabras, hacer de nuestros procesos, nuestra verdad; comprometiéndonos con fidelidad y responsabilidad a vivir según esa verdad de nuestros procesos, es el compromiso. No vivimos para complacer, ni para agradar, sino para hacer contacto con nuestra vida interior. Mi verdad no es una creencia dogmática, no es una racionalización afirmativa repetida como un discurso, ni simplemente una definición construida con base a las verdades recibidas de otras personas, pero ajenas a mis necesidades. Mi verdad es lo que está sucediendo en el aquí y ahora, algo que va más allá de una declaración retórica. “mi verdad se convierte en verdad, y se hace certeza por los acontecimientos” (Joseph L. Badaracco). Mi verdad no es un concepto escrito en piedra; por el contrario, ese concepto se hace verdad o se confirma en el fluir de los procesos que subyacen detrás de mis comportamientos y actitudes; y evoluciona conmigo, porque mi verdad es dinámica, es un proceso que se actualiza y contextualiza; cambia como consecuencia del contacto y la retroalimentación que tengo y realizo con el medio ambiente circundante. Mi verdad es algo que vivo en cada instante. Es mi propia experiencia: mis necesidades, mis emociones, mi cuerpo. Fluyendo a través de mi experiencia, construyo mi identidad y contacto mi realidad propia y externa. “Ser lo que uno es, es ser el poder de su propia experiencia”. “Fluyendo con mi propia verdad es como llego a la verdad del otro…”

Cuando no prevalece la verdad de los procesos, el contacto con la vida interior, la conciencia de las necesidades, el resultado es el estancamiento de nuestras funciones básicas, la inmadurez de nuestras emociones, la negación de la oportunidad al cambio, la inautenticidad  de nuestras actitudes y comportamientos, la falta de congruencia de nuestros pensamientos, emociones y conductas, la insatisfacción de nuestras necesidades, la inefectividad en el desempeño personal, la ignorancia sobre la vida que se moviliza de la piel hacia adentro, la pérdida de la identidad y de la oportunidad para descubrir la verdad de lo que somos: la conciencia  de mi experiencia en cada instante de mi existencia.

Fluir con la verdad de nuestros procesos requiere echar mano de la propia experiencia, para así vivir consciente de lo que está ocurriendo de la piel hacia adentro, porque tomar conciencia de nuestros procesos no es un simple entendimiento intelectual, porque los procesos no precisan de explicaciones racionales. Para algunas personas puede resultar paradójico, pero la única forma de comprender los procesos es experienciándolos, metiéndome en ellos, atreviéndome a vivir el dolor, el miedo, la rabia, la tristeza y la incertidumbre que los acompaña, sin la alternativa de la huida que me permite la racionalización. Al respecto comenta Manuel Barroso “Metiéndome en mi dolor, llegaré a mi centro, a mi energía, a mi fuerza y congruencia y paz interna. Metiéndome en mi rabia llegaré a mi fuerza creativa, la que busca y encuentra alternativas y maneras de crear soluciones. Metiéndome en mi miedo, llegaré a mi valor y coraje para vivir”. Agrega Barroso: “Los procesos hay que vivirlos, no están en los libros. Se viven y se aprenden, en diferentes contextos, desde el nacimiento”.
Con frecuencia saboteamos la expresión de nuestra realidad interna: emociones, necesidades, sensaciones, vivencias, recuerdos, porque el contacto con esa realidad nos resulta amenazante. Así al sentir una emoción o vivencia que nos parece desagradable, como el miedo o la tristeza, pretendemos ignorarla o negarla; o recurrimos a la racionalización, verbalización de contenidos explicativos y “razonables” de lo que estamos experienciando; pero esto solo las aviva, y su negación constante las deforma dando lugar a sus formas patológicas (pánico, angustia, ansiedad, depresión), sin permitirnos el contacto auténtico con nuestra vida interior.

Enfocarnos en nuestros procesos, pues, demanda coraje y disposición a asumir riesgos, así como el asumir actitud de responsabilidad frente a lo que nos revela nuestra propia realidad interna: lo que vivimos y sentimos, porque lo que está dentro, mi propia experiencia está llena de dolor, de miedo, de ira, de soledad, de confusión, de caos.

El viaje hacia dentro de nosotros mismos no es un paseo por un jardín tranquilo y apacible en un día soleado de verano, tampoco está exento de contratiempos e incomodidades. Es más bien un viaje de aventura hacia las entrañas de parajes escarpados, áridos desiertos y selvas tupidas donde la supervivencia es laboriosa. Con frecuencia emprendemos este viaje cargado con exceso de equipaje, lo que nos impide hacer contacto con nuestra interioridad; cuando lo que necesitamos es iniciar un este viaje desnudo de estereotipos, máscaras, justificaciones y explicaciones razonadas, este es un viaje improvisado, sin el uso de sofisticados instrumentos de navegación (teorías, modelos, mapas prestados, etc.); guiados sólo por la propia experiencia, los propios sentimientos y las propias necesidades en el aquí y el ahora, “sin el escape de lo racional que generaliza, normaliza, teoriza y distorsiona la experiencia concreta” (Manuel Barroso).

No hay otra opción para el crecimientos y la madurez que concientizar la propia experiencia, porque la verdadera y profunda transformación se instala desde adentro hacia fuera, desde la claridad de mis procesos personales, desde la conciencia de mi interioridad, desde el fortalecimiento de mi vida interior, y este aprendizaje no se lleva a cabo deduciéndolo, razonándolo, sino experimentándolo. Dice Manuel Barroso: “La conciencia de sí mismo, es la única fuerza capaz de producir dentro de nosotros mismos un crecimiento sustentable, más allá de lo estrictamente material”.

¿Cómo tomar conciencia de nuestra propia experiencia? La raíz del asunto radica en reconocer nuestras necesidades. Dice Manuel Barroso: “La necesidad es la última explicación de toda experiencia, de todo comportamiento”. Agrega Barroso: “Todo cuanto sucede con un organismo vivo, está movido por una necesidad específica. No hay acción, no hay movimiento ni comportamiento que no esté relacionado con una necesidad”.

Los procesos tienen que ver con la forma como internamente nos organizamos para crear competencias con el fin de satisfacer necesidades. En este sentido las necesidades actúan como disparadores de procesos, encaminados a la satisfacción de las mismas. Las necesidades disparan procesos que direccionan la acción. La necesidad denota carencia o exceso, desequilibrio, un requerimiento no satisfecho. Ahora el organismo por naturaleza busca restablecer el equilibrio. El organismo, con miras a lograr la satisfacción de sus necesidades, dispara procesos fisiológicos y psicológicos que le direccionan y organizan para adquirir competencias: perceptuales, de aprendizaje, de organización, etc… Dice Manuel Barroso: “La necesidad determina la función, el aprendizaje y el crecimiento”. En la medida que nuestras necesidades son satisfechas, nuestra potencialidad se libera; y el organismo se orienta al crecimiento y al desarrollo.

Cuando no hay contacto con la necesidad, no hay energía, impulso, movilización, y los procesos se estancan. “La fuerza se hace actual, cuando el individuo siente la necesidad, la concientiza, es decir, hace contacto consigo mismo y con el medio externo, en busca de satisfacción”. Cuando hay conciencia de nuestras propias necesidades, los procesos fluyen y el contacto con el entorno es provechoso. Por el contrario, cuando posponemos, ignoramos o negamos nuestras necesidades, o vivimos con necesidades prestadas de otros, vale decir,  vivimos según los sueños, expectativas, deseos y anhelos  y de otras personas, privilegiándolos  sobre lo nuestro, o ateniéndome a la acción de otros para que mis necesidades sean atendidas, la vivencia propia se distorsiona, nos resulta extranjera, advenediza y ajena; nos conflictuamos, nos estancamos; perdemos la conciencia de quiénes somos. “las necesidades son propias del organismo. No hay necesidades prestadas. Cada quien tiene las suyas, son inalienables, intransferibles. Yo soy el único dueño de mis necesidades. Yo soy el único responsable de ellas. No me sirve que otro coma por mí, duerma por mí, descanse por mí”.

Cuando persiste la no conciencia de nuestras propias necesidades y, por consiguiente, la insatisfacción de éstas, la vida pierde propósito, la calidad de vida se empobrece, aún la salud se deteriora. En tal condición el crecimiento se estanca y, peor aún, la persona (el organismo) degrada todas sus funciones básicas; la persona se encamina hacia su desintegración.

Por el contrario, cuando una persona fluye sus procesos, hay en ella, como dice Mihaly Csikszentmihalyi, “una fusión de acción y conciencia”. Hay, entonces, efectividad, eficiencia y creatividad en nuestro desempeño, porque las competencias fluyen con libertad y la acción es dirigida con coherencia y claridad hacia objetivos definidos. Hay enfoque y las prioridades son claras. Hay también responsabilidad por las elecciones hechas y sus consecuencias, porque se cuenta con la capacidad de elegir con libertad; nuestra capacidad de decisión y resolución aumentan. Se experimenta satisfacción, realización y felicidad por la vida que se vive, porque estamos conectados a la verdad de nuestros procesos, respetándolos, atendiéndolos, comprometiéndonos y responsabilizándonos por ellos. Hay crecimiento porque la persona está orientada a la satisfacción de sus necesidades, y su contacto con el entorno nutritivo.

Cuando fluimos con la verdad de nuestros procesos, estamos centrados en la vida, por lo que:
Los sueños afloran, con el consiguiente entusiasmo y vitalidad que ellos generan.
La sensación de bienestar es mas frecuente y duradera.
La salud se optimiza. Nos sentimos más plenos y felices.
Los logros se hacen más cotidianos al mejorar nuestro desempeño, como consecuencia de utilizar más concientemente nuestras competencias, talentos y habilidades.
Somos más congruentes con nosotros mismos y, en consecuencia, las relaciones y contactos con otros, son más nutritivas y edificantes.
Somos capaces de diferenciarnos, definiendo claramente límites con el entorno, lo que fortalece nuestra propia identidad.
Nuestra autoestima se incrementa y expande.
La vida se llena de sentido y propósito.


Manuel Barroso & Asociados, 2000.
 

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