PROCESOS: más allá de los contenidos están los procesos.
Por Manuel Barroso
Fotografía: Bárbara Muñoz
Proceso es lo que está sucediendo en el aquí
y ahora, un continuo devenir, algo que ni se toca, ni se ve, pero se siente. La
verdad de las cosas está en los procesos. La vida y todo lo que sucede
alrededor de la vida es proceso. La energía es proceso y todo cuanto se
relacione con la energía es proceso. Detrás de los eventos, están agazapaos los
procesos. Y debajo de la superficie de cada problema que conforman nuestras
vidas y de los comportamientos y actitudes que hemos aprendido, lo que hay son
procesos.
Antes de 1905, cuando en el mundo existían
los modelos mecanicistas para explicar el por qué de las cosas. Y Descartes y
Newton los grandes científicos solo llegaron a la conclusión de que el mundo
era un reloj y Dios su relojero. Y todos admitíamos ese determinismo, Einstein
fue quien observo y definió los procesos y los encerró en una fórmula que
apenas todavía en el 2010, comienza a darnos otra lectura de todo lo que nos
sucede. Las crisis que vivimos son procesos no atendidos. Lo que vemos son los
volúmenes, los tamaños, las formas, lo que podemos ver y tocar, medir,
estructuras rígidas, que nos dicen poco de lo que somos, los procesos son
intangibles y solo vemos algunas de sus manifestaciones porque a veces no nos
hemos capacitado para leerlas y entender el significado de lo que somos y de
los que nos rodean.
Un terremoto, una guerra, una convulsión, una
crisis financiera, social tienen un sentido diferente, al de una enfermedad
mortal o un accidente, dependiendo si lo vemos como contenido o si lo vemos
como proceso. El proceso hace referencia a una energía que se mueve, y que se
expresa de distinta manera en los buenos y malos momentos y terminan a trasvés
de síntomas y cambios, rápidos o lentos, pero que no esperaran a que los
humanos decidamos. Y cuando despertamos ya estamos en otra etapa de la
evolución y del crecimiento y no hay vuelta atrás, porque los procesos siempre
van hacia su punto máximo. Para conocer los procesos lo primero es estar en
contacto y observar lo obvio y comenzar ese proceso de tomar conciencia que es
meterse y dejarse ir, dándose cuenta de qué está sucediendo. Esa capacidad de
observar y estar en contacto les permitió a muchos científicos descubrir las
leyes del universo y sus pautas, por ejemplo Lavoissier, Pasteur, Bertalanffy.
Tomemos otro ejemplo: la semilla, que contiene dentro de sí las flores y el
árbol y tienen su propio ritmo y sus tiempos para cada cosa, un árbol, una
enfermedad, no son cosas que se hacen por decreto, ni al instante, requiere que
la semilla sea plantada en un lugar con las condiciones adecuadas para que
todos los procesos se disparen y se alineen con el resultado final. Y después
vendrán los cambios de forma, de tamaño, de volumen, que se irán dando según
pautas impuestas por la ecología –donde todo es proceso- y asíla semilla
germinará y un día será árbol y dará sombra y se enfrentará a tormentas y
huracanes y se expresará de mil maneras y nos dará frutos del cual ella salió,
cumpliendo así ciclos de vida.
Y con los procesos humanos desde el contacto
inicial de un huevo con un espermatozoide, hasta la muerte que es el último de
los grandes procesos que jamás entenderemos si queremos reducirlo todo a la
contabilidad humana de “ojo por ojo y diente por diente”, a no ser que neguemos
lo que afirmamos.
Nuestra efectividad personal depende de
nuestra capacidad para ser conscientes de estos procesos que se movilizan
debajo de la superficie, y que son la única verdadera explicación de nuestras
conductas y nuestras incongruencias o aciertos. Quizás no satisfagan a nuestra
racionalidad que está buscando la fija de causa y efecto. El universo no se
hizo bajo esa premisa, sino bajo la óptica que todo en este mundo camina hacia
su objetivo final. Es como iceberg que tiene una parte sumergida debajo del
agua, que se mantiene oculta, y es una masa enorme y voluminosa mayor que la
parte que sobresale del agua. En todo caso la masa oculta son miles de procesos
que determinan el movimiento, el peso y las implicaciones de un impacto. Esta
metáfora se puede aplicar al ser humano. Debajo de la superficie observable de
conductas y actitudes, están los procesos internos: mapas y valores que mueven
y determinan al hombre hacia su propia realización o destrucción.
Más allá de lo obvio, están las
verbalizaciones, y las explicaciones racionales, y las suposiciones, las
justificaciones, fachadas y pantallas, todas esas realidades que nos alejan de
la verdad desnuda de los procesos, la verdad de lo que está sucediendo en el
instante, de la piel hacia adentro: de necesidades y emociones, de sensaciones
y vivencias de la energía, que vienen todas juntas y tienen su propio
significado. Es curioso que esta verdad, los expertos, los profesionales de
ayuda, los que andan a la cacería del síntoma patológico, o de los problemas
humanos no la vean, quedando muchos atrapados por la magnitud de los problemas.
En este agitado y complejo mundo, que entre todos hemos logrado, somos
conscientes que la fuerza de los procesos del hombre nos llevan por caminos
intrincados, teniendo que atravesar el tupido bosque de racionalizaciones,
estereotipos, mapas introyectados, coartadas, que actúan como mecanismos de
evitación del contacto nutritivo con nosotros mismos. En ocasiones la energía
del proceso, generada por necesidades que buscan ser satisfechas, choca contra
las resistencias armadas por el organismo para evitar el contacto consigo
mismo, con el entorno, negando nuestra verdadera fuente de recursos y
oportunidades, que está dentro de uno mismo.
Cuando los procesos no fluyen, la energía se
estanca y la persona acusa el impacto, y comienza la lucha de las polaridades,
entre lo que se reprime y lo que se expresa, lo que se siente, y se resiente
apareciendo las alarmas: las frustración, angustia, ansiedad, depresión,
tensión muscular, pérdida de flexibilidad corporal, pérdida de memoria, todo lo
cual indica que el contacto con el entorno se ha roto, que la persona se ha
estancado, y que la conciencia ya no actúa como el motivador, para tomar
decisiones de vida. La salud de los procesos determina la salud del organismo,
ya que los procesos actúan como mecanismos organizadores de los recursos
existentes: energía, presencia, capacidades, talentos, potencialidades. Cuando
no hay contacto, no hay sanidad, y solo queda un enorme derroche y desperdicio
de energía.
Las polaridades son desalineaciones, un
lenguaje metafórico de los procesos. Es preciso hacerse perito en el arte de
leer nuestros propios procesos, para poder trabajar con los polaridades y cómo
saber utilizar cada parte nuestra sin caer en la contradicción. Necesitamos ser
expertos en el lenguaje de nuestros propios procesos internos para poder
mantenernos congruentes con la experiencia, y con las emociones y aprendizajes.
Sino entendemos el mundo intimo de los procesos, nos quedaremos atrapados por
los contenidos, en la exterioridad y permaneceremos ausentes de lo que está
ocurriendo dentro de nosotros mismos por lo que muchos de nuestros
comportamientos y actitudes carecerán de congruencia y sentido, y probablemente
nos llevarán lejos del contacto. Preocupa que estemos cultivando teorías y
modelos para entender lo que sucede dentro de los sistemas y que no logremos
entender la sabiduría de los procesos que conllevan los eventos y que nos
hablan de las esencias. Existe, pues, la necesidad de entender, lo cual
significa metabolizar, los sucesos que nos acontecen cotidianamente, para
captar el proceso que subyace debajo de ellos.
Los procesos tienen que ver con la forma cómo
nos organizamos para ser competentes en el manejo de nuestras necesidades. En
este sentido las necesidades disparan procesos que direccionan la acción. La
necesidad denota carencia o exceso –desequilibrio- un requerimiento no
satisfecho. Ahora el organismo por naturaleza busca restablecer el equilibrio.
Las necesidades son fuerzas que movilizan el organismo hacia el equilibrio. El
organismo, con miras a lograr la satisfacción de sus necesidades, dispara
procesos fisiológicos y psicológicos que le direccionan y organizan para
adquirir competencias_ perceptuales, de aprendizaje, de organización. La
necesidad determina la función, el aprendizaje y crecimiento. En la medida que
nuestras necesidades sean concientizadas, nuestra potencialidad se libera y el
organismo se orientará hacia crecimiento y desarrollo.
Adquirir competencias para leer nuestros
propios procesos y los que están debajo de los eventos que observamos en el
entorno, representa una poderosa herramienta para el desenvolvimiento sano del
organismo y el aprovechamiento de los recursos disponibles en el medio
ambiente. “El evento apunta hacia nuevas oportunidades”. El evento no es el
problema sino un lenguaje que necesitamos entender para saber qué está
sucediendo en el aquí y ahora y poder acertar en la toma de decisiones. Los que
no saben leer los procesos, perciben el evento como un problema o una amenaza
cuando en realidad es una oportunidad.
Pero si somos receptivos a escuchar la voz de
nuestras necesidades, si permanecemos atentos a su mensaje, sin hacer juicios
ni valoraciones; si estamos abiertos a vivenciar como se expresan y movilizan
nuestros talentos naturales; si permanecemos disponibles para movernos con el
lenguaje de nuestro cuerpo con el de leer (escuchar, sentir, vivenciar) a
través de nuestro lenguaje corporal (tono de voz, temperatura del cuerpo, flujo
energético, pulsaciones, respiración) los procesos que subyacen debajo de la
piel; si manifestamos apertura para entender y escuchar otras formas de enfocar
la vida (paradigmas, creencias) y a nuestros propios pensamientos, para
profundizar en la comprensión y entendimiento de nuestras propias opiniones y
creencias y para ampliar los horizontes de nuestra mente; si estamos orientados
a escuchar las poderosas fuerzas que movilizan nuestras necesidades y como éstas
nos empujan, entonces, seremos capaces de captar en forma conciente, el
crecimiento, comunicación-contacto, autoestima, percepción, pensamiento,
sentimiento; así mismo, seres capaces de concientizar los mecanismos con los
cuales saboteamos el curso natural de nuestros procesos: proyecciones,
introyecciones, dicotomías, confluencias, etc.. Seremos también capaces de
considerar, percibir y entender al hombre como parte de un capo mayor del que
él forma parte: yo-ambiente.
La persona que aprende a leer sus propios
procesos – entiende su propia realidad- y establece un contacto más efectivo
con la realidad circundante, y desarrolla una visión más adaptada-profunda,
contextualizada y dinámica - del medio
ambiente, vale decir, se hace más competente para comprender y concientizar,
aprender y vivir.
Los procesos tienen su propio lenguaje y
forma de expresarse. Hablan con su propia verdad, independientemente de nuestro
esfuerzo por controlarlos, disfrazarlos, adulterarlos, camuflagearlos y disipar
su fuerza e intensidad. Tarde o temprano los procesos emergen desde nuestras
propias entrañas, redimidos por las propias necesidades insatisfechas que
pulsan por expresarse. Cada cosa que sucede tiene sus propias verdades.
Este lenguaje de los procesos puede parecerle
extraño e indescifrable a aquel que tiene alienada su realidad interna,
habituado al no contacto consigo mismo. Incapacitado para percibir, sentir,
discriminar, concientizar, las propias necesidades. En este estado nuestras
emociones evidencian el bloqueo de nuestros procesos; nuestro cuerpo acusa el
rigor de su negación; nuestros comportamientos dejan constancia de su
disfuncionalidad.
Sin respeto por nuestros procesos el camino
que nos queda es el del estereotipo, la pantalla, la incongruencia, la evasión,
la alineación y la inautenticidad, y el resultado de esta forma de ser y estar
en el mundo es el autómata que menciona Erich Fromm, o el del marginal de
Manuel Barroso “quién no conoce ni se entiende a sí mismo, y que la única
persona que conoce es la que se supone que es él, cuya verborrea sin sentido ha
reemplazado el lenguaje comunicativo, cuya sonrisa sintética ha reemplazado la
sonrisa auténtica, y cuya sensación de oscura desesperación ha ocupado el lugar
del dolor auténtico…”. Ese es el precio de no reconocer nuestros procesos
internos y evitar el contacto con ellos: ser un extranjero en nuestro propio
cuerpo, un extraño en nuestro propio mundo interior, una persona que ha
extraviado su identidad.
Por el contrario, podemos optar por hacer
contacto con nuestros procesos y fluir con ellos llegando a la verdad propia,
de nuestra realidad interna, permitiéndonos vivenciar nuestras emociones y
reconocer nuestras necesidades, fortaleciendo así la vida interior. En otras
palabras, hacer de nuestros procesos, nuestra verdad; comprometiéndonos con
fidelidad y responsabilidad a vivir según esa verdad de nuestros procesos, es
el compromiso. No vivimos para complacer, ni para agradar, sino para hacer
contacto con nuestra vida interior. Mi verdad no es una creencia dogmática, no
es una racionalización afirmativa repetida como un discurso, ni simplemente una
definición construida con base a las verdades recibidas de otras personas, pero
ajenas a mis necesidades. Mi verdad es lo que está sucediendo en el aquí y
ahora, algo que va más allá de una declaración retórica. “mi verdad se
convierte en verdad, y se hace certeza por los acontecimientos” (Joseph L.
Badaracco). Mi verdad no es un concepto escrito en piedra; por el contrario,
ese concepto se hace verdad o se confirma en el fluir de los procesos que
subyacen detrás de mis comportamientos y actitudes; y evoluciona conmigo,
porque mi verdad es dinámica, es un proceso que se actualiza y contextualiza;
cambia como consecuencia del contacto y la retroalimentación que tengo y
realizo con el medio ambiente circundante. Mi verdad es algo que vivo en cada
instante. Es mi propia experiencia: mis necesidades, mis emociones, mi cuerpo.
Fluyendo a través de mi experiencia, construyo mi identidad y contacto mi
realidad propia y externa. “Ser lo que uno es, es ser el poder de su propia
experiencia”. “Fluyendo con mi propia verdad es como llego a la verdad del
otro…”
Cuando no prevalece la verdad de los
procesos, el contacto con la vida interior, la conciencia de las necesidades,
el resultado es el estancamiento de nuestras funciones básicas, la inmadurez de
nuestras emociones, la negación de la oportunidad al cambio, la inautenticidad de nuestras actitudes y comportamientos, la
falta de congruencia de nuestros pensamientos, emociones y conductas, la
insatisfacción de nuestras necesidades, la inefectividad en el desempeño
personal, la ignorancia sobre la vida que se moviliza de la piel hacia adentro,
la pérdida de la identidad y de la oportunidad para descubrir la verdad de lo
que somos: la conciencia de mi
experiencia en cada instante de mi existencia.
Fluir con la verdad de nuestros procesos
requiere echar mano de la propia experiencia, para así vivir consciente de lo
que está ocurriendo de la piel hacia adentro, porque tomar conciencia de
nuestros procesos no es un simple entendimiento intelectual, porque los
procesos no precisan de explicaciones racionales. Para algunas personas puede
resultar paradójico, pero la única forma de comprender los procesos es
experienciándolos, metiéndome en ellos, atreviéndome a vivir el dolor, el
miedo, la rabia, la tristeza y la incertidumbre que los acompaña, sin la
alternativa de la huida que me permite la racionalización. Al respecto comenta
Manuel Barroso “Metiéndome en mi dolor, llegaré a mi centro, a mi energía, a mi
fuerza y congruencia y paz interna. Metiéndome en mi rabia llegaré a mi fuerza
creativa, la que busca y encuentra alternativas y maneras de crear soluciones.
Metiéndome en mi miedo, llegaré a mi valor y coraje para vivir”. Agrega
Barroso: “Los procesos hay que vivirlos, no están en los libros. Se viven y se
aprenden, en diferentes contextos, desde el nacimiento”.
Con frecuencia saboteamos la expresión de
nuestra realidad interna: emociones, necesidades, sensaciones, vivencias,
recuerdos, porque el contacto con esa realidad nos resulta amenazante. Así al
sentir una emoción o vivencia que nos parece desagradable, como el miedo o la
tristeza, pretendemos ignorarla o negarla; o recurrimos a la racionalización,
verbalización de contenidos explicativos y “razonables” de lo que estamos
experienciando; pero esto solo las aviva, y su negación constante las deforma
dando lugar a sus formas patológicas (pánico, angustia, ansiedad, depresión),
sin permitirnos el contacto auténtico con nuestra vida interior.
Enfocarnos en nuestros procesos, pues,
demanda coraje y disposición a asumir riesgos, así como el asumir actitud de
responsabilidad frente a lo que nos revela nuestra propia realidad interna: lo
que vivimos y sentimos, porque lo que está dentro, mi propia experiencia está
llena de dolor, de miedo, de ira, de soledad, de confusión, de caos.
El viaje hacia dentro de nosotros mismos no
es un paseo por un jardín tranquilo y apacible en un día soleado de verano,
tampoco está exento de contratiempos e incomodidades. Es más bien un viaje de
aventura hacia las entrañas de parajes escarpados, áridos desiertos y selvas
tupidas donde la supervivencia es laboriosa. Con frecuencia emprendemos este
viaje cargado con exceso de equipaje, lo que nos impide hacer contacto con
nuestra interioridad; cuando lo que necesitamos es iniciar un este viaje
desnudo de estereotipos, máscaras, justificaciones y explicaciones razonadas,
este es un viaje improvisado, sin el uso de sofisticados instrumentos de
navegación (teorías, modelos, mapas prestados, etc.); guiados sólo por la
propia experiencia, los propios sentimientos y las propias necesidades en el
aquí y el ahora, “sin el escape de lo racional que generaliza, normaliza,
teoriza y distorsiona la experiencia concreta” (Manuel Barroso).
No hay otra opción para el crecimientos y la
madurez que concientizar la propia experiencia, porque la verdadera y profunda
transformación se instala desde adentro hacia fuera, desde la claridad de mis
procesos personales, desde la conciencia de mi interioridad, desde el
fortalecimiento de mi vida interior, y este aprendizaje no se lleva a cabo
deduciéndolo, razonándolo, sino experimentándolo. Dice Manuel Barroso: “La
conciencia de sí mismo, es la única fuerza capaz de producir dentro de nosotros
mismos un crecimiento sustentable, más allá de lo estrictamente material”.
¿Cómo tomar conciencia de nuestra propia
experiencia? La raíz del asunto radica en reconocer nuestras necesidades. Dice
Manuel Barroso: “La necesidad es la última explicación de toda experiencia, de
todo comportamiento”. Agrega Barroso: “Todo cuanto sucede con un organismo
vivo, está movido por una necesidad específica. No hay acción, no hay
movimiento ni comportamiento que no esté relacionado con una necesidad”.
Los procesos tienen que ver con la forma como
internamente nos organizamos para crear competencias con el fin de satisfacer
necesidades. En este sentido las necesidades actúan como disparadores de
procesos, encaminados a la satisfacción de las mismas. Las necesidades disparan
procesos que direccionan la acción. La necesidad denota carencia o exceso,
desequilibrio, un requerimiento no satisfecho. Ahora el organismo por naturaleza
busca restablecer el equilibrio. El organismo, con miras a lograr la
satisfacción de sus necesidades, dispara procesos fisiológicos y psicológicos
que le direccionan y organizan para adquirir competencias: perceptuales, de
aprendizaje, de organización, etc… Dice Manuel Barroso: “La necesidad determina
la función, el aprendizaje y el crecimiento”. En la medida que nuestras
necesidades son satisfechas, nuestra potencialidad se libera; y el organismo se
orienta al crecimiento y al desarrollo.
Cuando no hay contacto con la necesidad, no
hay energía, impulso, movilización, y los procesos se estancan. “La fuerza se
hace actual, cuando el individuo siente la necesidad, la concientiza, es decir,
hace contacto consigo mismo y con el medio externo, en busca de satisfacción”.
Cuando hay conciencia de nuestras propias necesidades, los procesos fluyen y el
contacto con el entorno es provechoso. Por el contrario, cuando posponemos,
ignoramos o negamos nuestras necesidades, o vivimos con necesidades prestadas
de otros, vale decir, vivimos según los
sueños, expectativas, deseos y anhelos y
de otras personas, privilegiándolos
sobre lo nuestro, o ateniéndome a la acción de otros para que mis
necesidades sean atendidas, la vivencia propia se distorsiona, nos resulta extranjera,
advenediza y ajena; nos conflictuamos, nos estancamos; perdemos la conciencia
de quiénes somos. “las necesidades son propias del organismo. No hay
necesidades prestadas. Cada quien tiene las suyas, son inalienables,
intransferibles. Yo soy el único dueño de mis necesidades. Yo soy el único
responsable de ellas. No me sirve que otro coma por mí, duerma por mí, descanse
por mí”.
Cuando persiste la no conciencia de nuestras
propias necesidades y, por consiguiente, la insatisfacción de éstas, la vida
pierde propósito, la calidad de vida se empobrece, aún la salud se deteriora.
En tal condición el crecimiento se estanca y, peor aún, la persona (el
organismo) degrada todas sus funciones básicas; la persona se encamina hacia su
desintegración.
Por el contrario, cuando una persona fluye
sus procesos, hay en ella, como dice Mihaly Csikszentmihalyi, “una fusión de
acción y conciencia”. Hay, entonces, efectividad, eficiencia y creatividad en
nuestro desempeño, porque las competencias fluyen con libertad y la acción es
dirigida con coherencia y claridad hacia objetivos definidos. Hay enfoque y las
prioridades son claras. Hay también responsabilidad por las elecciones hechas y
sus consecuencias, porque se cuenta con la capacidad de elegir con libertad;
nuestra capacidad de decisión y resolución aumentan. Se experimenta
satisfacción, realización y felicidad por la vida que se vive, porque estamos
conectados a la verdad de nuestros procesos, respetándolos, atendiéndolos,
comprometiéndonos y responsabilizándonos por ellos. Hay crecimiento porque la
persona está orientada a la satisfacción de sus necesidades, y su contacto con
el entorno nutritivo.
Cuando fluimos con la verdad de nuestros
procesos, estamos centrados en la vida, por lo que:
Los sueños afloran, con el consiguiente
entusiasmo y vitalidad que ellos generan.
La sensación de bienestar es mas frecuente y
duradera.
La salud se optimiza. Nos sentimos más plenos
y felices.
Los logros se hacen más cotidianos al mejorar
nuestro desempeño, como consecuencia de utilizar más concientemente nuestras
competencias, talentos y habilidades.
Somos más congruentes con nosotros mismos y,
en consecuencia, las relaciones y contactos con otros, son más nutritivas y
edificantes.
Somos capaces de diferenciarnos, definiendo
claramente límites con el entorno, lo que fortalece nuestra propia identidad.
Nuestra autoestima se incrementa y expande.
La vida se llena de sentido y propósito.
Manuel Barroso & Asociados, 2000.
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